miércoles, 8 de octubre de 2014

Conexión Universal


Cuando pensamos que vivimos aislados, nos comportamos como si lo estuviéramos. Nos perdemos en la rutina diaria y, en ocasiones, creemos que la vida pasa a nuestro alrededor sin tocarnos. Parecemos hacer parte de una película proyectada por detrás de nosotros, en la cual, una mano invisible se encarga de cambiar la escenografía a su antojo, sin que nosotros podamos cuestionarla en absoluto. Vemos personajes que entran y salen de nuestra vida, recorremos lugares, y más frecuente de lo que quisiéramos, nos sentimos como inútiles observadores en un mundo que está condenado a la autodestrucción.

Creemos que eso es vivir. Cuando en cierta ocasión le pregunté a un amigo cuántos años llevaba trabajando en su empresa, respondió ante mi total asombro: -Uno. Los otros treinta fueron repetición de ése-
Si nuestra vida sucede dentro de una patética monotonía, podríamos pensar que nuestro llamado en este planeta se limita a repetir un oficio mecánicamente. A observar y a juzgar sin aportar algo que sea útil para promover un cambio en nuestra tediosa existencia.
 
Lo paradógico es que todo a nuestro alrededor es una proyección de nuestro estado mental, así que es imposible ser observadores sin afectar el entorno que vemos. Es así como nuestro verdadero llamado es el de fomentar un cambio que debe empezar dentro de nosotros mismos y luego extenderse hacia el universo en conexión y armonía. Todo está conectado más allá de lo que pensamos.
 
Los átomos de tu cuerpo provienen de la explosión de gigantescas estrellas. Eres parte de ellas. El universo no es algo que se encuentre arriba de tu cabeza está, literalmente, dentro de ti. Cada paso que des encaminado hacia la sanación de tu mente será un enorme paso hacia la sanación tu entorno.
 
No es una utopía pensar que algún día los seres humanos comprenderemos que de la manera en que nos tratamos los unos a los otros y a nuestro medio ambiente es la misma manera en que nos tratamos a nosotros mismos. Cuando arrojamos un papel a la calle nos agredimos a nosotros mismos, pero no nos parece que así sea, como tampoco nos parece que esos tragos de más, esas sustancias psicoactivas que usamos sean también una agresión para nosotros y para quienes están alrededor nuestro.
 
La naturaleza es una expresión de la perfección que está relacionada contigo mismo. Tú eres parte de ella. Vertías en los ríos el veneno de tu propia mente, cortabas los árboles y destruías los mares que generaban el aire que respirabas. Una vez te amas, amas todo porque sabes que todo hace parte de ti.

El mundo exterior no va a cambiar primero para que tú seas feliz. El cambio debe iniciar desde adentro. Cuando limpies tu mente y tu corazón de viejos rencores y culpas, entonces, te empezarás a sentir libre. Te amarás, te perdonarás y dejarás de castigarte. Lo que te hace daño dejará de tener valor para ti, y finalmente, empezarás a valorar todo lo que te brinda verdadera paz. Dañar a la naturaleza o a alguien más será una posibilidad que no contemplarás, pues tendrás la plena certeza que solo te estarías lastimando a ti mismo. Una vez hayas hecho esta limpieza interior todo tu entorno cambiará también y de esta manera la destrucción dará paso a la preservación.

viernes, 3 de octubre de 2014

Despertando a la Vida

Nunca había sabido donde buscar, porque no sabía qué quería. Solo sabía que no era feliz.
Mi infancia transcurrió de una manera solitaria, en donde únicamente en mi imaginación podía ocurrir lo que yo quisiera que ocurriera. Sin saberlo, en ese entonces, estaría vislumbrando un atisbo de lo que muchos años después entendería como mi gran momento de emancipación: lo que pasara en mi mente me daría paso a la libertad o al aprisionamiento y lastimosamente, por un tiempo, escogí lo Segundo.
 
De vez en cuando me embargaban incontenibles episodios de llanto, sin poder entender su procedencia. Recuerdo la rabia que produjo un día en mi papá el darse cuenta de su propia impotencia para sacarme de ese estado. Yo estaba en la cocina evitando ser vista llorando, cuando de repente apareció él moviendo sus brazos algo desesperado, y dijo: pero por qué lloras! esto, por supuesto, hizo que mi llanto se incrementara aún más. Era imposible evitarlo. Creé en mi mente el lugar que convertiría en mi bastión de protección contra el mundo. Cada día iba poniendo más paredes a mi alrededor, y con cada dolor que experimentaba, alzaba más capas de ladrillos cubiertos con pesadas puertas de hierro y nuevas cerraduras. Esa fortaleza, sin embargo, no estaba diseñada para protegerme de mis propios pensamientos. Crecí con ese sabor agridulce en mi vida, entrando a formar parte del sistema y de la mágica fórmula que la sociedad indica para obtener la anhelada felicidad. Lo hice todo. Pero no era feliz. Si la felicidad que estaba buscando no era posible encontrarla en los lugares a los que había acudido previamente, debía ser porque no estaba allí. Jamás la encontraría en el mundo material, en un alto salario de una gran empresa, ni en el reconocimiento público, ni en una relación sentimental; porque nada que estuviera afuera de mí me podía proporcionar la dicha que estaba clamando.
 
Cuando renuncié a buscar la felicidad en lugares donde no la podía encontrar, tuve la certeza que mi liberación debería provenir desde adentro, no de afuera. Si quería tener una vida tranquila necesitaba una limpieza interior. Sacar el polvo y las telarañas de mi mente y empezar a perdonarme a mí misma. Desde ese momento los sentimientos de culpa y miedo empezaron a desvanecerse y en su lugar apareció un ferviente deseo: lo único que quiero es paz en mi mente!. Con esta declaración acepté que para tener paz tendría que querer parar de sufrir.
El amor llenó mi vida con una luz que hizo explotar las paredes que había construido. Y por primera vez, después de mucho tiempo, me sentí libre.
 
No era el amor hacia algo particular, hacia mis hijos o a mis familiares. Era mucho más abarcado. No era algo en específico, pero era lo todo. Era el amor por toda la creación, por todo el universo, era tener la certeza del amor de Dios dentro de mí misma y la infinita certeza de que no hay nada que temer. Todo esto ocurrió en mi mente. Los juicios y mis resentimientos me mantuvieron prisionera en ella y el perdón derrumbó las paredes de mi prisión reduciéndolas a cenizas y llenándolo todo con una infinita luz.
 
Ahora tengo paz. El pasado dejó de herirme porque lo he perdonado y a mi junto con él.